“Te quiero, pero no te deseo”: cuando el cuerpo habla un idioma que nadie nos enseñó

Publicado el 1 de diciembre de 2025, 10:16

La semana pasada tuve tres sesiones —tres mujeres, tres historias distintas— que llegaban con el mismo nudo: el deseo se había apagado. En ellas, o en sus parejas.
Y cuando un mismo tema aparece en una semana, sé que es el momento de escribir.

Si hay una frase que nunca olvidé, es la que hace años dijo un hombre en una sesión individual. Acababan de tener un hijo y sintetizó su dolor en una frase demoledora:

“Gané a una madre. Perdí a mi pareja.”

La sexualidad de la pareja había saltado por los aires. No por desamor, sino por las exigencias invisibles que llegan con la crianza:
dos personas convertidas de repente en padres, un cuerpo que cambia, un descanso que desaparece y una vida sexual que pasa a un plano donde ya no encuentra ni espacio, ni tiempo, ni intimidad.

Y como esta historia, cientos.


El deseo no es un indicador del amor.

Es un indicador del sistema.

Nos han vendido la idea de que si no hay deseo, la relación está rota.
Que “si te quiero, te deseo”, como si fuese una fórmula universal.

Pero el deseo no responde al amor: responde a la carga mental, al agotamiento, a la presión, a la gestión emocional, al cuerpo, al rol que ocupamos en la relación.

El deseo es sensible al contexto.
El amor, no.

Por eso el deseo se trabaja.
No es espontáneo, ni permanente, ni automático.
No es un interruptor, es un tejido vivo.


La narrativa social que nos rompe por dentro

Aquí quiero ser crítica, pero justa.
Porque a hombres y mujeres nos atraviesan mandatos distintos, y ambos son injustos.

Para ellos:

El mito de que “un hombre siempre tiene ganas” les pesa como una losa.
Les obliga al rendimiento, al deseo constante, a no poder verbalizar cansancio, miedo o inseguridad.
Muchos hombres sienten que si no desean, “fallan”.
Y ese miedo mata el deseo más rápido que cualquier rutina.

Para ellas:

El mandato opuesto: estar disponibles, incluso cuando el cuerpo está agotado, desconectado o vulnerable.
Tras un embarazo, con cambios corporales, con falta de sueño, con autoexigencia estética… apoyar un deseo que no sienten se convierte en una carga silenciosa.

Y cuando la disponibilidad se convierte en obligación, el cuerpo se apaga.
Porque el cuerpo, antes que obedecer, se protege.


El gran tabú: el consentimiento dentro de la pareja

Es fácil hablar del consentimiento fuera de la relación.
Dentro, es otra historia.

Muchas mujeres acceden a encuentros sexuales desconectadas de sí mismas, porque “toca”, porque “si no, se enfadará”, porque “somos pareja”.
Muchos hombres no saben cómo pedir un encuentro sin que parezca presión.
Y nadie enseña cómo decir:

“Ahora no, pero quiero que esto lo hablemos.”

Ese silencio —el del consentimiento, el del gusto, el del límite— es uno de los mayores apagadores del deseo.

No porque no se quieran.
Sino porque no se hablan.


Cuando el deseo desaparece, siempre hay algo que contarlo

A veces es agotamiento.
A veces es distancia emocional acumulada.
A veces es culpa.
A veces es vergüenza.
A veces es resentimiento pequeño pero persistente.
A veces es maternidad, paternidad, cuerpos que ya no son los mismos.
A veces es el miedo a nombrar lo que no funciona.

Otras veces, es simplemente que la relación se ha vuelto tan funcional que ya no queda espacio para el juego.

Pero en todos los casos, el deseo nunca desaparece “porque sí”.
Siempre informa.


El deseo también vuelve…

cuando hay aire, verdad y un poco de valentía.

Aquí la parte esperanzadora:
he visto muchas parejas volver a encontrarse.

No recuperan “lo de antes”, porque lo de antes ya no existe.
Pero construyen algo más honesto, más adulto, más ajustado a quiénes son hoy.

El deseo vuelve cuando:

– baja la presión,
– se nombra el miedo,
– se reparan heridas pequeñas,
– se sueltan expectativas imposibles,
– se escucha al cuerpo sin juicio,
– se recupera la identidad individual,
– y se construyen espacios reales de intimidad.

El deseo vuelve cuando dejamos de empujarlo
y empezamos a entenderlo.


Para cerrar

Si estás en ese punto extraño entre “te quiero, pero no te deseo”, no significa que tu relación esté condenada.
Significa que algo pide ser mirado con calma, con sinceridad y con una nueva lectura.

Este artículo no busca señalar culpables.
Busca abrir una conversación que casi nadie tiene…
pero que afecta a muchísimas parejas.

Y si necesitáis un espacio donde poner palabras, bajar la presión y entender qué os está pasando, podéis reservar una sesión de orientación conmigo.

Un espacio humano, claro y seguro
para volver a miraros sin miedo.

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